El nombre de Valentina Tereshkova está escrito con letras de oro en la historia de la conquista del espacio.
Estados Unidos, en cambio, aseguró que se trataba de una estratagema publicitaria, pues insistían en que no existía ninguna razón fisiológica que justificara el lanzamiento de una mujer al espacio. Lo que ocurría en realidad es que, con este histórico paso, Rusia les aventajaba en la carrera espacial. Desde el Centro de Proyectiles de Cabo Cañaveral, la envidia reconcomía a los norteamericanos.
Fue seleccionada para llevar a cabo dicha hazaña de entre un total de cuatrocientas candidatas por el propio Nikita Kruschev, el máximo líder soviético. Su inexperiencia como piloto había pesado menos que su consumado dominio del paracaidismo. A ello se sumaron sus inmejorables condiciones físicas. Desde Estados Unidos no tardaron en menoscabarla, declarando que “los aspirantes a astronautas han de tener una experiencia de 1.000 horas de vuelo en aviones militares a reacción”. Valentina trató de hacer oídos sordos a todos aquellos que quisieron hundirla.
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